Aquel 18 de julio del 36 que marcó la vida de
una generación de jóvenes
ANTONIO
CANOVAS
Tenía
17 años y el sábado 18 de julio de 1936, participé en los campeonatos de
natación de Cataluña en la categoría de infantiles y debutantes. Nadé los 200 m
y 400 m braza en la piscina municipal de Montjuïc, la única que tenía 50 m. de
largo, ese mismo día hubo rumores sobre un posible alzamiento.
Al día
siguiente de estallar la Guerra de España, el 19 de julio, se iba a celebrar en
Barcelona la Olimpiada Popular. Me escogieron como suplente en las pruebas de
braza.
La
competición acabó hacia las 12 horas de la noche, se nos hizo tarde. A la
vuelta, bajábamos en grupo andando desde Montjuïc hasta la Barceloneta, sería
ya de madrugada cuando oímos algunos disparos. Pasamos por Capitanía General y
vimos ametralladoras, soldados con cascos en la calle. Pensamos: “la que se va armar”, al poco tiempo
empezaron los cañonazos. Cuando llegué a casa, mis padres estaban levantados,
inquietos, ya sabían lo que pasaba pues se oían disparos, ráfagas aisladas en
todo el barrio y al cabo de un rato estalló todo el follón. Mi hermano Alfonso
y yo nos levantamos de la cama, nos fuimos a la calle. Mi primer contacto con
la Guerra de España fue esa noche.
Una de
las cosas que siempre recordaré fueron unas palabras de mi padre, esa misma
noche, entonces él era militante de la CNT: “Haced lo que queráis, yo no os lo puedo impedir, pero lo que hagáis,
hacedlo a favor del pueblo, nunca en contra”. Esto se me quedó grabado en
la cabeza. Fue mi primer mensaje sobre lo que era bueno o malo en este
conflicto, lo que era revolucionario o no.
Decidimos
salir, mi hermano y yo, a la calle de madrugada y nos fuimos andando por la
Avenida Icària que comunicaba la Barceloneta hasta un cuartel de artillería.
Vimos que los soldados bajaban con cañones para tomar algún punto de la ciudad,
pero en el camino había un puente donde los vecinos de la Barceloneta hicieron
unas barricadas con unas balas de algodón que habían sustraído del puerto.
Impidieron el avance de los militares, incluso robaron los cañones sin ninguna
violencia: “No vamos contra el pueblo”
decían los soldados. En fin, yo no intervine directamente, sino que vi de cerca
esta escena.
Amaneció
y nos fuimos todos con esos cañones a Capitanía General, se nos unieron por el
camino los guardias de Asalto, nos dieron un fusil para los dos. Allí tenía un
primo que estaba haciendo la mili.
Llegamos
al Paseo de Colón. Se rumoreaba que arriba en el monumento los militares habían
colocado una ametralladora que disparaba contra todo aquél que pasara por allí.
El Paseo entonces no era cómo en la actualidad sino que había una zona central
peatonal. Allí nos encontramos con un amigo común del barrio, “Segarreta”, que
era barbero, vimos cómo le disparaban desde el edificio del Gobierno Militar
que era en realidad donde estaba la ametralladora. Se pudo salvar refugiándose
bajo un banco de hierro.
Resguardados
por la pared, llegamos hasta Capitanía General. Los soldados se rindieron y
entramos dentro de Capitanía, saludamos a mi primo y se unió a nosotros.
Salimos y continuamos hacia el Gobierno Militar, más abajo hacia Las Ramblas.
Los soldados se vieron rodeados, se rindieron y salieron a la calle, yo pasé
por la calle que hay detrás del Gobierno Militar.
La
ametralladora continuaba disparando y había muchos muertos por la calle En el
puerto se colocó uno de los cañones que habían requisado y lo apuntaron
directamente el edificio. Dispararon. Un agujero apareció la fachada y la ametralladora
calló. Entonces se acabó la sublevación en Capitanía General, el día 19 de
julio. El pueblo había ganado y nos fuimos a casa. La gente contenta por su
victoria cantaba la Internacional, A las Barricadas e hicieron vivas a la
República mientras subían Ramblas arriba. En otras zonas de Barcelona también
se combatió y ganó el pueblo.
Me
sentía más revolucionario que nadie. Por aquélla época trabajaba de peluquero
de señoras en casa de una tal Viciana, en el Paralelo. El encargado de la
peluquería me dijo: “mañana me voy al
frente”, muchos de mis conocidos se iban también para Aragón en las
columnas Durruti, Ascaso, Del Barrio, etc.
Yo me
fui al hotel Colón, en la Plaza Cataluña, era la sede del PSUC y se
incorporaban voluntarios para luchar contra los sublevados en el resto de
España. Allí me alisté. “Yo quiero ser
aviador” les dije. “Je, je, je,
aviador aquí todo lo que quieras” me contestaron. Ya ves con 16 años, qué
querías que les dijera. Me apuntaron junto a tres o cuatro muchachos más que
teníamos la misma edad y que nos conocimos en ese instante.
Del
hotel Colón me dirigí al cuartel Carlos Marx que está al lado del parque
zoológico, ahora es un edificio de la Universitat Pompeu Fabra. A medida que
llegábamos nos iban formando en compañías. Recuerdo que nos daban armas y 3
duros diarios. En casa dije “¡ya estoy en
el ejército!” mi madre se puso a llorar y mi padre me dijo: “Tú verás lo que haces ¿no?”.
El día
1 de agosto marché para el frente por primera vez, creía que iba a Aragón pero
mi primer destino fue Mallorca.
Desde
el puerto de Barcelona fuimos a Mallorca con el fin de conquistarla ya que
habían ganado los franquistas. Me fui en el barco Almirante Miranda, en la
columna Bayo. El barco era un destructor, navegábamos muy rápidos: a 42 nudos.
Embarcamos a las 14 horas y llegamos en tan sólo cuatro horas a Mahón donde
hicimos una parada.
En las
primeras fases de la Guerra Civil se crearon las columnas o milicias populares.
Formadas por voluntarios fueron dirigidas por los partidos políticos y
sindicatos. En Cataluña, su principal objetivo fue recuperar para la República
las tres capitales aragonesas y Mallorca. La mayoría de las milicias adoptaban
el nombre del dirigente o líder político que les comandaba. Luchaban al lado
del ejército fiel a la República.
La
mayoría éramos militantes republicanos y sobre todo comunistas.
No dije
nada en casa de mi partida, tan solo a un familiar que me encontré; mientras me
iba le grité: “dile a mi madre que me voy”.
En
Mahón, que era zona republicana, nos formamos y permanecimos allá dos o tres
días. Desembarcamos en Mallorca de madrugada en la costa este, al otro extremo
de la capital, en la punta n’Amer, al lado de Porto Cristo.
Nada
más llegar nos dieron una paliza, allí mismo en el desembarco, nuestra ofensiva
fue muy anárquica.
Nos
creíamos que iba a ser tan fácil como la lucha espontánea en Barcelona. Me
acuerdo de un chaval mallorquín que iba conmigo en el ataque, nos gritaba: “¡vamos, a por ellos!” mientras
avanzábamos hacia el encuentro con los fascistas, pero se nos hizo de noche y
parapetamos en aquél lugar. Ese muchacho decidió continuar aunque nosotros le
habíamos dicho que se quedase a descansar. Al día siguiente nos lo encontramos
muerto de un tiro.
Mallorca
me trae malos recuerdos debido a una trágica experiencia. Mientras avanzábamos
por los alrededores de Son Carrión, iba delante de un compañero. De pronto
empezaron a dispararnos los franquistas. Él exclamó: “¡agáchate, agáchate!” y seguí su consejo, pero una bala le dio de
lleno en la frente, a tan sólo dos metros de dónde yo estaba. “Esta bala iba directamente para mí”
pensé, pues fue justo cuando me agaché que le dispararon.
A raíz de la muerte
de este compañero empecé a tener miedo. Siempre me acuerdo de este trágico
suceso ya que él era un chico de mi edad, teníamos 16 años, se llamaba Julio
García Sabater. Agonizante, él gritaba en mis brazos: “¡Mamá, mamá!” hasta que murió.
Me dio
mucha pena. Los dos habíamos pasado mucho junto durante esos días, incluso
mucha hambre. Nos creíamos que la conquista de la isla por parte de los
republicanos iba a ser un juego.
Otro
recuerdo que me trae Mallorca no es tan trágico, sino experiencias de la vida.
En una playa vimos unos hombres y mujeres, todos ingleses, que se estaban
bañando, eran anarquistas o libertarios, me llamó la atención que lo hacían
completamente desnudos, nosotros nos bañamos también. Era la primera vez que vi
una mujer desnuda.
Entonces yo desconocía totalmente el ideal anarquista o
libertario. Ésta, cómo otras anécdotas buenas y malas, eran las lecciones que jóvenes
cómo yo, íbamos aprendiendo. Eran cosas de la vida que en lugar de aprender en
el barrio, en casa o en la escuela estábamos aprendiendo en plena guerra.
Volviendo
a la guerra, diré que a pesar de las desgracias y la poca preparación pudimos
coger Son Carrión, Porto Cristo y algunas aldeas pequeñas. No dábamos para más,
los enemigos eran auténticos profesionales, los mandos republicanos ordenaron
no avanzar más. Abandonamos y me retiré en barco hasta Valencia. En realidad,
salimos pitando de Mallorca el 3 de septiembre de 1936.