Manifestación SEAT noviembre 2005

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Carlos Vallejo, Lopez Bulla, Gianni Bombacci y Bruno Trentin

martes, 16 de junio de 2020

Las estatuas de la vergüenza. Conmemoran el pasado, hipotecan el presente




Para enriquecer el debate en torno a la memoria y el espacio público, la Associació Catalana d'Expresos Polítics del Franquisme publicamos la traducción del artículo de Alessandro Portelli, estudioso de la literatura y la cultura norteamericanas y uno de los mayores expertos en historia oral

Las estatuas de la vergüenza. Conmemoran el pasado, hipotecan el presente

El debate: No sólo los jerarcas sudistas en los Estados Unidos, también los símbolos del fascismo en Italia y del colonialismo en toda Europa. Robert E. Lee y sus pares no son peligrosos porque recuerdan una guerra del siglo XIX, sino porque legitiman hoy, en el tercer milenio, la centralidad del racismo.



De Alessandro Portelli a propósito de las estatuas demolidas y la memoria. Il Manifesto el 12 de junio de 2020 Traducción Carles Vallejo

En estos días, muchas personas educadas que no habían visto mal la destrucción o eliminación de las estatuas de Marx y Lenin en Europa del Este se han ofendido por la reivindicación (y la acción) de los movimientos afroamericanos en los Estados Unidos para eliminar las estatuas de los generales y políticos esclavistas del sur.

Parece que no tener el monumento de Robert E. Lee en el centro de Charleston o Richmond sea un delito contra la memoria, un insulto a la cultura y borrar la historia.

Empecemos por nosotros. Cada vez que voy al Estadio Olímpico me arrepiento de no tener una grúa con la que quitar el obelisco que en el tercer milenio proclama "Mussolini Dux", o por lo menos algunos bloques de travertino dedicados a las conquistas del régimen fascista que están allí como horcas caudinas (por no mencionar los mosaicos con la obsesiva escritura "Duce" que voy pisando).

UNA ESTATUA, UN OBELISCO, el nombre de una calle o una plaza no sirven para recordar la existencia de estas personas sino para conmemorarlas, señalizando el espacio público con su presencia. Por lo tanto, es precisamente en nombre de la memoria y de la historia por lo que no puedo soportar esos bloques de travertino, que no son historia sino una falsificación, una mentira del régimen tallada en piedra; por la misma razón no reconozco "memoria" en ese obelisco: no es cierto por lo tanto que recordemos lo que fue Mussolini; y los afroamericanos sienten a Robert E. Lee ahogándoles cada día, incluso sin necesidad de poner su nombre a una calle principal de Nueva Orleans. Como alguien dijo: no hay estatuas de Hitler en Alemania. Sin embargo, lo recuerdan muy bien.

Si existe un monumento es porque alguien lo ha erigido y lo ha hecho con alguna intención: es un mensaje, una señal. Por lo tanto, casi todas las estatuas de los jerarcas del sur se erigieron a principios del siglo XX para sancionar la consolidación de la segregación racial, o incluso en los años cincuenta como reacción al movimiento de derechos civiles (del mismo modo, dedicar hoy calles a Giorgio Almirante no se hace para recordar un pasado cuestionable, sino para proponer su continuidad y retorno). Estos iconos, lejos de realizar una función de historia y memoria, imponen una sola memoria a todos los demás, congelan la historia en un pasado monumental y niegan toda la historia posterior.

En cuanto a símbolos, los monumentos, los nombres y las obras de arte cambian su significado a medida que cambian los tiempos históricos. Parte del escándalo se refiere, por ejemplo, a la eliminación de “Lo que el viento se llevó” del catálogo de HBO. Pero aparte del hecho de que HBO es una empresa privada y no se la puede obligar a emitir algo si no lo desea, afortunadamente nadie se ha propuesto quemar copias de la película en las calles. Habrá otras distribuidoras y archivos cinematográficos para conservarla y distribuirla. En los años 30, la supervivencia del sur a la derrota de la Guerra Civil era también una metáfora de la capacidad de los Estados Unidos para sobrevivir a la crisis económica (de cualquier manera: "incluso si tuviera que robar y matar", dice Scarlett). Hoy, la pregunta es por qué dos obras épicas del cine americano, la otra es “El nacimiento de una nación”, estén dedicadas a la nostalgia de la esclavitud y del KuKluxKlan. ¿Qué ha sido de Hollywood y qué diferente es hoy?

LA MEMORIA no es simplemente el depósito de un tiempo pasado, de una época finalizada, sino una fuerza activa en el presente. En el debate que nos ocupa, he oído decir que si "censuramos" “Lo que el viento se llevó” y Robert E. Lee, también deberíamos eliminar las estatuas del imperialista Julio César o la Columna de Trajano que relata la conquista de Dacia. La reducción al absurdo siempre es un signo de la debilidad del argumento; pero yo diría que la diferencia radica en el tiempo, no en el tiempo transcurrido, sino en el tiempo presente. Robert E. Lee y sus pares no son peligrosos porque recuerden una guerra del 1800, sino porque legitiman la centralidad del racismo en el tercer milenio.

Me preocuparía Julio Cesar y Trajano si alguien planeara invadir la Galia o la Dacia (de hecho, el Imperio Fascista los utilizó ampliamente cuando quería recuperar el esplendor de la Roma imperial). Aunque no me guste demasiado puedo convivir con Corso Regina Margherita o Piazza Vittorio porque nadie piensa seriamente en el retorno del rey; pero es más difícil convivir con "Mussolini Dux" porque no solo sirve para conmemorar dicho pasado, sino que legitima a los fascistas que después encuentro en el estadio, a Forza Nuova, a Casa Pound, a los Hermanos de Italia, y esto sí que da miedo. De todos modos, me alegro de que la consigna “BLACK LIVES MATTER” (“Las vidas de los negros son importantes”) induzca a algunos a recordar lo que está escrito en dicha columna.

EN CADA FRACTURA cultural, como la que estamos viviendo, siempre hay ambigüedades y fronteras difusas. Empezando por nosotros: no tengo dudas respecto a lo de Robert E. Lee o Mussolini, pero me cuesta más respecto a Cristóbal Colón. A diferencia de los racistas y fascistas, para mí Colón no es "el otro"; desde pequeño me lo inculcaron como gloriosa historia patria, parte de mi identidad. Pero para los nativos americanos representa una violencia actual (el oleoducto en las tierras sagradas de los Dakotas), una discriminación continuada (porcentualmente la policía mata más nativos que afroamericanos). A los italianos nos cuesta ver con sus ojos la estatua de Columbus Circle, porque requiere que reconozcamos que no somos lo que nos enseñaron a creer que somos. Pero hay que hacerlo.

Y también porque ya no somos los mismos. Hoy, Europa empieza a parecerse a la etnicidad estadounidense, con los mismos problemas y conflictos. En Bristol se deshicieron de la fea estatua de un esclavista que desfiguraba la ciudad. Quizás las estatuas de Leopoldo II, uno de los peores criminales de la historia de la humanidad, podrían ser retiradas o trasladadas de las plazas de un país donde juegan niños belgas llamados Nainggolan y Lukaku. Y tal vez la Columna de Trajano puede hacernos cuestionar cómo tratamos a los descendientes de los dacios que vienen a Italia a trabajar y a sus hijos a quienes les negamos la ciudadanía.